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LOS BIOCOMBUSTIBLES


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07/02/09:LOS COMBUSTIBLES VERDES DE OBAMA

-La política de la administración Obama será no solamente continuar con esta dañina industria, sino también promover agresivamente el desarrollo de nuevas y más riesgosas generaciones de agrocombustibles, basadas en nuevos cultivos transgénicos y biología sintética

Durante su campaña Barack Obama, presidente electo de Estados Unidos, promovió continuamente los agro- combustibles como parte de su “nueva economía verde”. Obvió la creciente cantidad de estudios que muestran que los agrocombustibles tienen una eficiencia energética negativa (usan más combustibles fósiles de los que dicen suplantar, empeorando las causas del cambio climático), que compiten con la producción alimentaria (por los cultivos, tierra, agua y nutrientes) y que para alcanzar las metas de uso de “biocombustibles”, no alcanza con la producción en Estados Unidos, por lo que fríamente se cuenta con la producción de granos en países del sur, donde se agravan todos los problemas anteriores. Actualmente, Estados Unidos dedica la tercera parte de su producción de maíz para etanol.

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La elección y próximo nombramiento de Tom Vilsack como secretario de Agricultura y Steven Chu como secretario de Energía, revelan que la política de la administración Obama será no solamente continuar con esta dañina industria, a la que ya aseguró nuevos subsidios –que solamente beneficiarán a las transnacionales del sector–, sino también promover agresivamente el desarrollo de nuevas y más riesgosas generaciones de agrocombustibles, basadas en nuevos cultivos transgénicos y biología sintética (seres vivos diseñados con genes artificiales).

Tom Vilsack, ex gobernador de Iowa, fue nombrado en 2001, “gobernador del año” por la Organización de la Industria Biotecnológica (BIO, que agrupa a mil 200 empresas biotecnológicas a escala global, incluyendo Monsanto y las demás que monopolizan los transgénicos), “por su apoyo al crecimiento económico de esta industria”. Anteriormente, había fundado una asociación (Governors’ Biotechnology Partnership) para promover los transgénicos con los otros gobernadores. En 2002 defendió fieramente el uso de maíz para producir fármacos, e incluso criticó a la propia industria, que obligada por las críticas públicas y escándalos de contaminación con ese maíz no comestible, había anunciado una restricción voluntaria de los farmacultivos. Con igual entusiasmo defendió la clonación de vacas lecheras. El apoyo no fue solamente discursivo. Durante su gobierno, Trans Ova Genetics, dedicada a la clonación de vacas lecheras, recibió 9 millones de dólares en subsidios y ProdiGene, la empresa multada en 2002 por contaminación con maíz farmacéutico, recibió 6 millones de las arcas del estado. En 2005 fue el autor intelectual de una ley que restringe el derecho de los gobiernos locales a regular los transgénicos. No sorprende que sea también un entusiasta defensor de los agrocombustibles transgénicos de maíz y soya. Sólo faltaba el elemento realmente “innovador”, que aportará el nuevo secretario de energía, Steven Chu.

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Chu es físico y premio Nobel. Viene del Laboratorio Nacional Lawrence Berkeley, donde dirige un proyecto de energía, cuya meta es “producir tecnologías transformadoras en nanotecnología y biología sintética”. Sus principales colaboradores son industriales de la biología sintética. Jay Keasling, fundador de Amyris Biotech, es codirector del proyecto. En una presentación reciente ante el Comité de Energía y Recursos Naturales del Senado de Estados Unidos (Science News, 13/1/09) Chu se declaró dispuesto a desarrollar la industria nuclear y a continuar el uso de carbón a gran escala, siempre que se siguieran desarrollando proyectos de secuestro de carbono. O sea, seguir creando gases de efecto invernadero, pero promoviendo el jugoso negocio –inútil para prevenir el cambio climático– del comercio de emisiones de carbono. Pero en lo que se mostró realmente apasionado, es en el desarrollo de una “cuarta generación de biocombustibles”, a partir de biología sintética, proyecto en el que ha estado trabajando desde hace dos años. Se trata, explicó, de microbios “entrenados” –leáse manipulados con biología sintética, o sea mucho peor que solamente transgénicos– para transformar cualquier tipo de azúcares, no sólo en etanol, sino también en “sustitutos similares a la gasolina, diesel y combustible de jets”. Aseguró que se podría usar cualquier materia prima, como residuos de maíz y otros cultivos, pero lo interesante serían cultivos para forraje y otros para producir etanol celulósico (que necesariamente requieren biología sintética y transgénicos para ser procesados).

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Lo único realmente verde de estas nuevas generaciones de combustibles será el dinero que ya están viendo las grandes industrias de los transgénicos, agronegocios, petroleras y farmacéuticas, que son los inversores y asociados de las compañías de biología sintética. Como son trasnacionales no es un problema sólo estadunidense: esto es el impulso que buscaban para expandir estas nuevas tecnologías contaminantes al resto del mundo. En México, la presión por sembrar nuevos maíces transgénicos y farmacultivos, crecerá “oficialmente”. La empresa de Keasling, Amyris, ya tiene contratos en Brasil con grandes productores de caña de azúcar. Lo que nos legará un aumento de la disputa por tierras y agua, los residuos y contaminación transgénicas y los nuevos riesgos de los microbios sintéticos.

Fuente: Silvia Ribeiro es investigadora del Grupo ETC (EcoLaMancha)

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01/02/09: DUDAS SOBRE LOS BIOCOMBUSTIBLES

Aunque cada vez son más las voces que cuestionan el valor medioambiental de los biocombustibles, el asunto está lejos de haberse cerrado. En primer lugar, porque hay diferencias muy marcadas entre ellos; pero también porque no existe un único criterio para juzgar su valor medioambiental.

Una reciente investigación realizada por dos profesores del Instituto Smithsoniano de la Investigaciones Tropicales, con sede en Panamá, trata de resolver estas cuestiones. Sus autores, John Scharlemann y William Laurance, han publicado los principales resultados de su investigación en la revista ‘Science’.

El estudio compara 26 biocombustibles con la gasolina, el gasoil y el gas natural, combustibles fósiles que se verían sustituidos por aquellos. Los criterios para determinar la calidad medioambiental de un biocombustible son dos. Por un lado, la cantidad de emisiones de gases de efecto invernadero que emite su quema en comparación con los otros combustibles. Por otro lado, el impacto medioambiental causado por el cultivo que sirve para su obtención -incluida la destrucción de la vegetación preexistente-, así como el generado por la producción industrial del combustible.

Los resultados de la investigación no alientan la sustitución de los combustibles fósiles por estos nuevos productos. Aunque en 21 de los 26 casos las emisiones de gases de efecto invernadero son menores que las del gas natural y los derivados del petróleo, el impacto medioambiental suele ser mayor. Así sucede en 12 casos. En algunos casos, como los obtenidos de la patata y el centeno, el impacto ecológico es cinco veces mayor que el derivado de la extracción y explotación de los combustibles fósiles.

Pero lo peor es que precisamente los biocombustibles más usuales, como el biodiésel obtenido de la soja y el etanol del maíz, forman parte de ese grupo de elevado impacto medioambiental. Otros biocombustibles comunes, como el diésel del aceite de palma o, sobre todo, el etanol procedente de la remolacha o de la caña de azúcar, resultan bastante aceptables desde la perspectiva de las emisiones de gases de efecto invernadero; pero siguen teniendo un impacto medioambiental superior a los fósiles.

Los biocombustibles más ecológicos, tanto desde una como otra perspectiva, son los obtenidos de las basuras, del reciclaje de otros combustibles, y de la madera -metanol y etanol-; así como los combustibles ‘tradicionales’ como la madera o el estiércol.

Los autores creen que "es necesario considerar algo más que la energía y las emisiones de gases de efecto invernadero cuando evaluamos diferentes biocombustibles". Y agregan que "los gobiernos deberían ser más selectivos sobre que cultivos apoyan con subsidios y recortes de impuestos".

Fuente: El Mundo

Visto en Ambientum

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01/02/09: SOBERANÍA ALIMENTARÍA

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Ana Carbajosa / Los cereales, la leche, el arroz o el azúcar sufren la peor inflación de las últimas tres décadas, que ha metido a otros 100 millones de personas en el cajón de la ayuda humanitaria. ¿Qué se esconde tras esta subida del precio de los alimentos y cómo puede solventarse?
“Los biocombustibles tienen la culpa”
No sólo. Han pasado de ser lo mejor, la panacea, a ser lo peor en cuestión de meses. Los combustibles biológicos, considerados la gran alternativa al petróleo o al carbón, han demostrado ser un peligro para la seguridad alimentaria mundial cuando van acompañados de políticas agrícolas tan nefastas como las de EE UU o la Unión Europea. Ambos bloques se han propuesto reducir la dependencia energética de países que consideran poco fiables a la vez que combaten el cambio climático.

Estos objetivos van de la mano de políticas de subsidios que han animado a los agricultores a pasarse al cultivo de maíz o remolacha para producir, por ejemplo, etanol en detrimento de la producción de alimentos para el consumo. El resultado ha sido una importante disminución de la oferta de granos y otros alimentos en los mercados internacionales, que en buena parte ha influido en la subida de los precios. Los biocombustibles se han convertido en la bestia negra, hasta el punto que Jean Ziegler, ex relator de la ONU para el Derecho a la Alimentación, los ha tachado de “crimen contra la humanidad”. Hace tiempo que las ONG advierten del daño de su uso masivo. Oxfam sostiene que los cultivos que acabarán en los depósitos de los coches copan tierras que podrían albergar vegetales para consumo humano. Y en los casos en los que no se produce este desplazamiento, se talan bosques que cumplen una importante función en la lucha contra el cambio climático al absorber CO2. La comunidad científica incluso duda de su eficacia en la reducción de gases de efecto invernadero.

EE UU (que dedicará a la producción de etanol el 30% del maíz que cultive en los próximos dos años) no ha dado señales de estar dispuesto a cambiar su política energética en este campo. Para 2020, la UE, que pretende obtener de fuentes biológicas el 10% del combustible que utilice en el transporte por carretera, ha dejado claro que no piensa dar su brazo a torcer. Sólo el Gobierno británico se ha mostrado dispuesto a revisar el objetivo europeo ante el escepticismo de la comunidad científica y humanitaria.

Y para completar el coro de críticas, la izquierda latinoamericana ha alzado la voz contra los biocombustibles por considerar que esta crisis “evidencia el fracaso del sistema capitalista” y estos carburantes son su brazo armado, en palabras del presidente venezolano Hugo Chávez. Los biocombustibles son una buena opción si tenemos en cuenta el poder contaminante del petróleo, las guerras que provoca y el creciente número de chinos e indios que pronto serán lo suficientemente ricos como para comprar un coche y llenar el depósito.

Es una cuestión de proporciones y de las decisiones políticas que han acompañado su fomento, así como de la falta de planificación agrícola adecuada que compense el uso de tierras para cultivos energéticos.
“Los precios suben a causa de China e India”
En buena parte. Chinos e indios suman 2.400 millones; una legión de bocas cuyas preferencias mantienen en vilo a los mercados mundiales. La nueva voracidad asiática ha generado una demanda de alimentos en los mercados internacionales, incapaces de adecuarse a la situación. Según los dictados de Adam Smith, el aumento de la demanda ante una reducida oferta ha provocado la espectacular subida de los precios que, en la era de la globalización, trasciende fronteras y continentes. Los nuevos ricos se han lanzado a consumir leche y carne, dos productos hasta hace poco casi ausentes de la dieta china y poco presentes –en el caso de la carne– en India.

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Esto ha afectado también, y en gran medida, al precio de los cereales, al retirar ingentes cantidades de grano del mercado para dar de comer al ganado. La opción cárnica plantea otros problemas, como el consumo de agua, cuyas consecuencias en un futuro no tan lejano prometen ser devastadoras. Las cifras no dejan lugar a dudas: se necesita un volumen de agua 10 veces mayor para obtener un kilo de carne que para producir un kilo de trigo.
La revolución del paladar va para largo. En la última década, los chinos han triplicado su consumo de leche, según datos de la FAO. De los 9,7 litros de leche por persona y año de 1997, han pasado a 32; una cantidad ridícula frente a los casi 200 de los países industrializados, lo que da una idea del potencial de crecimiento del consumo chino de lácteos en los próximos años. En el caso de la carne, en una década, han pasado de consumir 45,6 kilos en 1997 por persona y año a 55,5.

El modelo de vida occidental, que se cuela en las casas a través de la televisión, la publicidad y las grandes cadenas de supermercados, está de moda. Tomar leche con cereales por la mañana y añadir carne al cuenco de arroz forma parte del modelo a seguir. En India, la tendencia a consumir más leche y más carne es evidente y también reflejo de una mayor riqueza y una cierta emulación del modo de vida occidental. Sin embargo, la cultura vegetariana pone coto a un crecimiento exorbitante del consumo de carne.
“Los países pobres sufrirán más”
Como siempre. La crisis se ensaña con los que menos tienen. Al igual que en otros fenómenos globales, como el cambio climático, los más vulnerables serán los más perjudicados porque tienen menos recursos –individuales y estatales– para adaptarse a la nueva realidad. La lógica indica que aunque afectará a los consumidores del mundo entero, los países exportadores de productos agrícolas en principio deberían beneficiarse de la tragedia ajena gracias a las ventas a un precio elevado. El mapamundi de ganadores y perdedores indica que son precisamente los países más pobres, africanos y en menor medida algunos asiáticos, los que tradicionalmente exportan menos alimentos y, por tanto, a los que la crisis golpeará con más fuerza.

Los pocos países en desarrollo exportadores –como Egipto con el arroz– no han sido capaces de aprovechar la coyuntura, ya que sus gobiernos han prohibido los envíos al extranjero para asegurar el suministro a sus ciudadanos. Brasil o Argentina, en teoría ganadores, han visto cómo los beneficios de vender caro acaban quedándose en casi nada, debido a la subida del precio del petróleo. Con el barril de crudo por encima de los 100 dólares y el precio de los fertilizantes nitrogenados por las nubes, producir alimentos cuesta mucho más, y hace falta vender mucho más caro para que compense. Cierto es que el oro negro es tan costoso para el agricultor estadounidense como para el argentino, pero Washington se encarga de proteger y subsidiar al primero para que no salga mal parado.
Por eso, en general será la población más desprotegida la que sentirá la crisis con más fuerza. Las familias pobres dedican hasta un 70% de sus ingresos a la alimentación. Cuando los precios se duplican o incluso triplican, como ha sucedido con algunos productos, simplemente comerán la mitad que antes. Muchos de los más pobres, los que viven con menos de dos dólares al día, pasarán de un plumazo al cajón de hambrientos.

Tan grave es la situación que el Programa Mundial de Alimentos de la ONU (PMA) calcula que da de comer ahora a 100 millones de personas más que hace seis meses. Pero el problema se multiplica porque las propias agencias humanitarias se han convertido en víctimas de la inflación alimentaria. También a ellas les alcanza para comprar mucho menos con el mismo dinero. Con un presupuesto igual que hace un año, el PMA puede comprar hoy un 40% menos de comida.

Además, las clases medias de los países en desarrollo –que no comen de la ayuda humanitaria– se han visto obligadas a limitar su dieta, lo que acarreará importantes problemas nutricionales. Otro obstáculo añadido es que los pequeños productores han tenido que vender lo poco que tienen, incluidas las herramientas y sus medios de producción, hipotecando su futuro próximo; señales de que la crisis dejará profundas heridas diseminadas por todo el planeta.
“Habrá más levantamientos y guerras”
Casi seguro. Las revueltas de los desposeídos se han propagado por todo el globo. En América, Asia y África, los manifestantes exigen a sus gobiernos soluciones locales para una crisis planetaria. En Haití, por ejemplo, las masas han tomado las calles y protagonizado enfrentamientos con la policía. La caída del Gobierno y cinco muertos dan fe de la desesperación de una de las poblaciones más pobres del mundo.

El Gobierno egipcio ha sacado a cientos de policías de las comisarías para frenar las protestas de los ciudadanos en un país donde el 40% de la gente vive con menos de dos dólares al día. En Camerún, un país fuertemente dependiente de las importaciones, los muertos se cuentan por decenas. Y en Mozambique, una marabunta enfurecida ha saqueado comercios y destrozado coches a su paso. Este panorama desolador es sólo el comienzo, vaticinan políticos y expertos en seguridad alimentaria. “Revueltas sociales de dimensiones nunca vistas”, ha llegado a pronosticar el secretario general de Naciones Unidas, Ban Ki-moon, quien prevé para el futuro próximo “una cascada de múltiples crisis”, que pueden afectar “a la estabilidad política en el mundo entero”.

Los levantamientos sociales se llevarán por delante gobiernos y propiciarán cambios drásticos en las políticas económicas de algunos de los países afectados. Los líderes mundiales son conscientes de que asistimos a una crisis global de consecuencias tan inciertas como temidas, y este año la reunión del G-8 (los siete países más industrializados y Rusia) incluirá este asunto en la agenda. Será la primera vez en 30 años. Mientras, el FMI también se ha hecho eco de la evolución de la crisis, y ha advertido del riesgo de que se convierta “en una fuerza desestabilizadora de la economía”.
Los que no tengan dinero para comprar comida comerán menos y contribuirán a reducir la demanda mundial, y tal vez los precios comiencen a bajar un poco. Pero los organismos internacionales ya han anunciado que no volverán a los niveles de antes de la crisis. Por otro lado, fenómenos meteorológicos como la sequía, que ha rebajado a la mitad la cosecha de trigo en Australia, uno de los grandes graneros del planeta, amenazan con repetirse cada vez con más frecuencia, según advierten los expertos en cambio climático. El panorama no augura tiempos de paz social y estabilidad política en el futuro próximo.

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